“Cinco minutos bastan
para soñar toda una vida, así de relativo es el tiempo”
Era un día cualquiera, me
levanté, me duché, preparé mi desayuno, vi las noticias en la televisión
mientras terminaba mi café, que horrible café, debí haber comprado el de la
otra marca. Dejé todo en el fregadero, estaba lleno de platos sin lavar. ¿Qué
más da? Los lavaría después. Busqué mi chaqueta, tomé mis llaves, caminé por
los pasillos de mi departamento, llegué al ascensor, presioné el botón que me
llevaría al piso 1. Bajé 2 pisos, subió una señora, esta señora me tiene harto,
todas las noches discute con su marido, se escuchan sus gritos desde mi
habitación, luego se escuchan 2 portazos, y luego no se escucha nada, lo mismo
casi todas las noches, se bajó en el 6to por suerte, luego continué sin
interrupciones hasta el 1ero. Salí del ascensor, maldito ascensor, odio los
ascensores, que suerte que no soy claustrofóbico. Saludé al guardia del
edificio, le desee un feliz día, sentí sumamente miserable, porque mi día iba a
ser miserable, no soy de las personas que teman demostrar el desprecio hacia
quienes no le caen bien, pero me pregunto… ¿Hay algo de mi vida que de verdad
me guste? ¿Hay algo que me haga feliz?
Mientras conduzco hasta
el trabajo, por el mismo camino de siempre, observo las tiendas abrirse, a la
misma hora de siempre, las mismas personas de siempre, el tráfico… el mismo de
siempre… es la rutina. La estúpida y aburrida rutina… todos los días iguales.
La oficina está en la otra esquina, miro mi reloj, tengo tiempo de sobra para
llegar, ordenar un poco y revisar mi email con calma, luego podré trabajar
hasta la hora de almuerzo. Creo que hoy comeré algo liviano, una ensalada o un
sándwich… ojalá pueda encontrar pan integral… no me gusta el pan blanco. Espero
encontrar un restaurant bueno cerca, todos los que conozco por aquí son un
asco, y mejor no hablemos de la atención… terrible.
Al fin llegué a la
oficina, al maldito ascensor otra vez, 15 pisos… son casi 5 minutos en el
maldito ascensor, 10 si alguien sube. Maldición, subió alguien… es una chica
rubia de lentes que nunca había visto antes. Tal vez es la nueva empleada, por
su traje me imagino que va a trabajar reemplazando a la secretaria. –Se ríe en
su mente- Pobre chica, la van a tener todo el día para los mandados.
Yo: A que piso va?-
Pregunté amablemente.
Ella: Al piso… -Revisa un
papelito- Al decimoquinto…
Presioné el botón con el
n°15… iba al mismo piso que yo… que sospechoso… Se quedó observando el panel
con los botones… ahora me mira…
Ella: Disculpe… ¿usted
también va al piso n°15?
Yo: Si… -Respondí, sin
saber que mas agregar.
Me miró confundida, como
si esperara algo más. Yo simplemente guarde silencio y aparté mi mirada, odiaba
esos momentos tan incómodos.
Llegamos al piso 15, yo
salí primero. Sé que podría parecer grosero no dejarla salir primero, pero
estaba desesperado por llegar a mi oficina, además me sentía demasiado incómodo
en ese pequeño ascensor con esta chica que ahora que lo pienso me hacía sentir
extraño. Al llegar me sentí aliviado, relajado, me quité mi chaqueta y despejé
un poco mi escritorio, justo cuando estaba por revisar mi email, el jefe me
llamó a su oficina. Qué extraño… él nunca hace algo así. Salí contra mi
voluntad de mi oficina y caminé hasta la oficina de mi jefe. Por suerte me
quedaba en el mismo piso. Toqué la puerta…
Jefe: Pase…- Se escuchó
desde adentro.
Abrí la puerta
lentamente…
Yo: Permiso…-Dije antes
de entrar completamente
Jefe: Adelante Vázquez…
-Dijo mi Jefe… odio cuando la gente me llama por mi apellido.
Al entrar la vi. Era la
chica del ascensor. Ahora que le prestaba más atención, era muy linda. Estaba
vestida con ropa de oficina, esas típicas blusas blancas ajustadas y esas
faldas cortas que aunque no lo queramos admitir, a muchas les quedan
espectaculares. En esta ocasión fue así. Esa ropa le quedaba genial. Miré su
rostro con disimulo. Ella era castaña clara, casi rubia, de piel blanca, pecas,
labios carnosos, ojos verdes y unas pestañas larguísimas. Ahora que la miraba
bien… era preciosa.
Yo: Bueno señor… ¿para
qué me llamaba?
Jefe: Te quiero presentar
a Emilia… -Señaló a la chica- Hace unos meses atrás me dijiste que te hacía
falta alguien que te ayudara con los papeles y otras cosas… y bueno, siempre
has sido un muy buen empleado así que la contraté para que te ayude. Emilia, él
es Nicolás Vázquez…
Emi: -Me dio la mano-
Mucho gusto señor Vázquez…
Yo: Encantado… -Fue muy
extraño, de verdad estaba encantado-
Jefe: Bueno… ahora Nico
te voy a explicar lo de las próximas reuniones, creo que no habían quedado
claras las fechas, Emilia por favor pon atención que es importante para que te
integres más rápido al ritmo de acá…
Mi jefe comenzó a hablar.
Estuvo como 5 minutos hablando sin parar de cosas que no me interesaban,
mostrándome papeles y anotando cosas en los calendarios. Me fue imposible
concentrarme. Miraba a Emilia a cada segundo. Tenía una belleza hipnotizante.
Mientras la observaba pensé tantas cosas… pensé en a la salida tratar de
entablar una conversación, conocernos mejor. Quizás a la semana siguiente
invitarla a tomar un café. Formar una relación de amistad. Ir de apoco
enamorándola. Con pequeños detalles. Hacerla sonreír, tratarla con ternura. ¿Me
estaría volviendo loco? Después de un tiempo, le confesaría todos mis
sentimientos hacia ella y le pediría que fuera mi novia. La besaría todos los
días, cada vez que pudiera, solo la haría feliz. Si todo fuese bien, sin
dudarlo le pediría su mano. Tendríamos hijos, viviríamos juntos y felices hasta
viejos. Mi vida miserable se vería radicalmente terminada por la dulzura de
esta mujer que tenía frente a mí. Solo bastaba con intentar hablar con ella,
intentar ser positivo, sonreír… ¿Quién sabe? Lamentablemente todo esto solo formaba parte
de mis pensamientos y de mi loca imaginación. Mi jefe chasqueó los dedos frente
a mi cara para hacerme reaccionar y regresarme al planeta tierra.
Jefe: Vázquez… ¿Estás acá
con nosotros? Tierra llamando a Vázquez…
Yo: -Pegué un salto- Si,
si, si, lo siento…
Emi: -La vi sonreír y la
escuché reír suavemente, era tan encantadora-
Jefe: Bueno, no tengo
tiempo de repetírtelo de nuevo, dile a Emilia que te explique así se conocen
mas… se pueden retirar…
VINGO! Era la escusa
perfecta para hablar con ella. Salimos de la oficina del jefe y la conduje a la
mía. Esta vez le abrí la puerta y la hice pasar primero. Ella agradeció el
gesto con una sonrisa. Así comenzó todo… empezamos a trabajar a diario. De a
poco nos íbamos conociendo, sin embargo, yo estaba completamente intimidado por
los sentimientos que ella me producía cada vez que se me acercaba. Aún no había
sido capaz de invitarla ni siquiera a un café en el primer piso del edificio.
Hasta que llegó el día en
el que me decidí a invitarla. Antes de hacerlo, me puse frente a mi estante que
estaba repleto de libros y saqué uno al azar. Siempre me había relajado leer.
Lo abrí en una página cualquiera y leí: “Cinco minutos bastan para soñar toda una
vida, así de relativo es el tiempo”. Es curioso, esa frase me hizo
pensar en ella. Me hizo pensar en todas las cosas que me imaginaba cuando la
miraba, en todas las cosas que soñaba cada vez que me dormía pensando en ella.
Aquel día en la oficina de mi jefe había soñado justamente toda una vida con
ella en unos pocos minutos. Cerré el libro con una sonrisa, dispuesto a salir y
enfrentarme al torbellino de emociones que empezaría cuando ella me dirigiera
la palabra. Sin embargo… algo cambió mis planes… Alguien golpeó la puerta…
Yo: Adelante!
Emi: -Asomó la cara sin abrir
la puerta completamente- Nicolás, puedo pasar?
Yo: -Me puse nervioso
automáticamente- Si Emi, adelante…
Emi: Permiso… te traigo
en esta carpeta… -la puso sobre el escritorio- las fotocopias que me pediste,
me tardé porque tuvieron que recargar la tinta de la fotocopiadora…
Yo: Descuida… muchas
gracias…
Emi: Bueno, cualquier
cosita me llamas… -Caminó hasta la puerta y antes de irse se volteó y me miró
dubitativa y con timidez- Emm…
Yo: Si??
Emi: Nicolás… me
preguntaba si… te gustaría que saliéramos a tomar algo hoy en la salida… un
café o algo… te gustaría?? –Sus mejillas se encendieron levemente-
Creo que en ese momento
mi corazón, mi cabeza, mi estómago, cada partícula de mi cuerpo estaba en
explosión. No pude evitar sonreírle ante esa propuesta.
Obviamente… acepté la
invitación.